Que mejor regalo que una sonrisa pequeña, que unas manitas diminutas dibujando un mundo de arco iris entre papeles. Que mejor alegría que la sorpresa de la imaginación de un cerebro diminuto donde la riqueza se alimenta de cariño, de colores suaves, que ven en su lapicero para soñar y pintar sus vidas. Un lapicero en el que rechazan el negro porque les parece feo y triste. Unas manitas que solo les gusta dibujar sonrisas y formas enormes de colores vivos. Un río donde fluye la imaginación de momentos felices, jugando en una orilla, con el único juguete que es el barro que rodea su aldea, pero sin embargo lo tiñen de formas divertidas, dibujado por su temprana edad algo mas abstracta que la realidad dicha forma pero perfecto para ellos.
Un mundo perfilado y coloreado por unas manitas inocentes que aún no tocaron la maldad de nuestro mundo, que por desgracia a su temprana edad y en el lugar donde les toco nacer, dejaran de dibujar esas pelotas de barro abstractas, para coger un arma que ennegrecerá sus almas. Comenzaran a cambiar sus pequeñas pinceladas de colores suaves, vivos e inocentes por duras palabras, por crueles tratos. Acogerán el negro como su principal color, el amargo sentido de la sangre en sus miradas. Guerras creadas por adultos, pero donde los niños son los perdidos en un océano de sangre por el único afán del dinero.
Niños con un destino, ser soldado, abandonar esa pureza en sus corazones, por motivos ajenos a ellos, por hambre y supervivencia, niños que se convierten en soldados sin tan siquiera saber escribir, sin haber dado su primer beso.
Una sociedad que tiñe de rojo su inocencia, logrando cambiar el blanco puro de esos corazones para teñirlos en un profundo negro con sed de venganza.